A quién pueda interesar…

Supongo que alguna parte de mi aún quisiera escribirte… a veces.

Preguntarte cómo sigue tu papá y tu gato, si lograste lo que te propusiste, si me buscaste en la audiencia al graduarte.

A veces me pregunto si te dolió. Si la indiferencia que le presentaste al mundo era una máscara para esconder el dolor profundo que se escondía debajo, o si, simplemente, era indiferencia. Me pregunto si aún piensas en mí, si las veces que te levantas y los trastes siguen en el fregadero, o cuando se acabó algo y no se llenó automáticamente—que me frustra, porque suena como si estoy describiendo extrañar a un hijo, o algo, y no a una (ex) pareja.

Me pregunto si en realidad me superaste. Si te diste cuenta que simplemente no funcionábamos y, el borrarme y bloquearme de todo, efectivamente te ayudó a enterrar mi recuerdo y nuestra relación tan y tan profundo que es como si no hubiera existido, y, tuviste la dicha, la suerte, de encontrar a alguien en medio de esta gran realización—o si todo es un intento flojo de sacar un clavo con otro. O peor aún, que el otro “clavo” siempre estuvo ahí y eso fue lo que acabó con nuestra relación pero yo, nunca me enteré, y el borrarme fue meramente un esfuerzo en mantenerme a mi apartada de la realidad; ya sea para proteger mis sentimientos porque, alguna parte de ti aun se preocupaba, o si era un esfuerzo en mentirle a tu consciencia.

No sé. Tal vez es una extraña combinación de todo, tal vez no sea nada.

No miento, a veces todavía se presenta la voz que me susurra que fue culpa mía. Ya no se presenta tanto, por lo menos. O, mejor dicho, mi psiquiatra me enseñó a decirle que se calle la boca—pero a veces no funciona.

A veces me pregunto si pude dar más. Si ese vacío profundo que sentía, no había nacido del desgaste de intentar ser suficiente, y efectivamente era algo dentro de mí, algo en lo que yo tendría que trabajar. La voz que me susurra que, fue mi culpa por hablarle de otras personas cuando éramos amigas. Que, aunque en el momento siento que lo hice en un esfuerzo de alejar mis sentimientos hacía ella y distraerlos con opciones (heteros) inalcanzables, tenía que entender cómo eso le afectó. Como la hice cuestionar mis sentimientos por ella hasta antes de establecerlos y por eso nunca estuvo segura de nuestra relación.

Que, a pesar de que intenté mejorar a través de nuestra relación y que, aprendí que decir que «nunca había estado en una relación antes, todavía no entiendo bien cómo manejarlo» no era una excusa válida para fallarle. Y sí, hubo momentos que le fallé, y admito que no fui perfecta, y que en medio de mi imperfección a la vez me veía presionada por este pedestal ficticio que creé en mi mente—o bueno, que la televisión me plasmó en la mente de cómo se supone que fuera una relación saludable o estable, o una dónde se aman tanto que, no importa los obstáculos, terminan juntos. (Me crié viendo telenovelas en Univisión, no me juzguen.)

Parte de mi le plasmó esas mismas expectativas, inalcanzables, a ella. Al principio. Y una vez me di cuenta de que, eran inalcanzables y que una relación realista no sería perfecta—intenté bajarlas. Me convencí de que no tenía ningún tipo de expectativas, de que aunque mi «love language» era regalos, a la vez era algo materialista y algo que aprendí cuando pequeña, de esas cosas en las que tenía que trabajar—el de ella era distinto y por eso, mientras yo le regalaba (una replica de) el peluche favorito de su niñez que perdió una vez en la playa cuando tenía seis años, no me sentí mal cuando solo me regaló una camisa de $8 en nuestro aniversario. Y no me sentí mal porque, no me importaba el precio, por lo menos era de un tema que me gustaba—señal que, aunque no pudo comprar algo más, por lo menos fue algo que vio y que la hizo pensar en mí. (Lo que me hizo sentir mal fue después, cuando me pidió que la llevara al mall a comprarse cosas para ella, pero nada. Como les decía,)

Pero… poco a poco fueron minimizándose. No sólo los regalos, pero las expectativas y llegó un punto en el que me sentía entre la espada y la pared porque, hablarle a mis amistades la hacía insegura y, aunque no estábamos juntas todos los días, no me gustaba mentirle o sentir la presión y la prisa de tener que terminar la conversación con mis amistades para empezar una con ella. Y ella nunca estaba disponible. Mi relación se convirtió en el beta testing para Inteligencia Artificial. Yo le enviaba doce mensajes* y sólo recibía una (1) respuesta, if that, y usualmente ni siquiera era relacionado a lo que le estaba diciendo.

(*Nota de la autora: Que conste que, los 12 mensajes eran a través de las 24 horas del día y que le dejé claro varias veces que me sentía como una loca/stalker enviando tanto mensaje, pero ella me decía que no, que, dado que eran mensajes cutesy (buenos días, buenas noches, que tengas buen día, suerte en esto, éxito con esto, te amo, etc.) le gustaba y ya hasta se había acostumbrado a leerlos. Como si mis mensajes fueran la revista que lees cuando te sientes en el “trono”, pero ni eso. Le pedía que por lo menos le diera “react”. Me mandara un emoji. Cabrón, hasta un “=“ a mi buenos días hubiera aceptado. Pero no. Sus prioridades eran otras. {Y sí, me lo llegó a decir así mismo.}*)

Sólo que, al principio de nuestra relación, lo hizo obvio que le incomodaba mi disponibilidad hacía mis amigos. Que, interrumpir sus «naps» encima mío para contestar una llamada de mi mejor amiga, no le gustaba y menos si era para «hablar de ella»—algo que nunca hicimos, a menos que fuera para intentar conocerse, pero no. Lo acepté. Me dije a mi misma que, era cierto, que dejaba que mis amigos me pisotearan como cucarachas y solía ser el tipo de persona que soltaba todo con tal de estar disponible para los demás. Solía sólo poner mi celular a sonar por la noche para asegurarme de no perder ninguna llamada… y aunque no sé si alguien llegó a apreciar mi esfuerzo, o siquiera notarlo, estoy consciente de que era algo que hacía por mi propia cuenta. Y aunque… sí, tenía un punto. Me minimizaba con tal de complacer a los que me rodeaban porque dejaba que mi valor interno dependiera de ellos, cómo si su presencia en mis vidas era lo que me hacía suficiente así que, tenía que hacer todo en mi poder por intentar que sigan en mi vida. Me hacía increíblemente disponible para personas que ni mensajes me contestaban, me invalidaba mis propios sentimientos porque (espero que inconscientemente) me enseñaron que no importaban, o que eran ridículos o demasiado. Me convertía en una versión adaptable al gusto de ellos, dependiendo de lo que ellos querían, eso yo iba a intentar ser. Y funcionaba, supongo. Me drenaba y me consumía simultáneamente, y pasé años de mi juventud intentando ahogar las mismas penas que me consumían—digamos que por eso es que vomitaba y no por el tequila en la que las ahogaba. Se habían vuelto tan importantes en mi vida, tan grandes, que… me perdí en ellos. Y al encontrarme a mí… aunque nunca lo admitamos, no totalmente, los perdí a ellos. Fue difícil, sí. Pero… lo logré, ¿no?

Aún así, no es de ellos que hablaba. Hablaba de ti. De ti que acabó una relación de 2.5 años en un mensaje de texto. De ti que botó todo lo que te podría recordar a mí. De ti que, según escucho, tienes a alguien totalmente distinto a mi. (Sí. DistintO.) De ti que, no te miento, me rompiste el corazón en setenta pedazos distintos que se expandieron por tantas partes que, todavía estoy encontrando piezas.

De ti que, me enseñaste a valorarme e, inconscientemente, a sanar de… maneras, relativamente, más sanas que antes. De ti que… a pesar de todo, te recordaré siempre con mucho cariño, porque ambas erramos y… aunque digamos que el universo te puso en mi vida como una lección, fue una lección bonita, en su momento. De ti, que compartías las cosas que más te gustaban conmigo, porque ese sí era tu love language. De ti, que siempre dejabas la cama hecha y las frisas limpias. De ti, que, aunque te las tuve que pedir, sí llegaste a darme cartas de amor. De ti, que recordaste mi sabor de ring-pop favorito y me llevaste a un concierto para el primer cumpleaños que celebramos juntas. A ti que… siempre fuiste tan agradecida, de todo. Que notabas los detalles pequeños… que solías ser tan considerada… ¿cómo llegamos aquí? ¿Cómo nos tomamos por sentado? Todavía me pregunto cómo… a veces.

Si te preguntas por mi, no sé qué decir.*

(*Porque no soy Alex Ubago. Ba dum Tzz.)

Estoy bien y mal a la vez, no sé qué estoy haciendo con mi vida pero a la vez sí, ya sabes, lo normal. Fue un año sumamente difícil, pero, wow, lo que me ha enseñado.

Me enseñó que sí soy suficiente. Que siempre lo he sido y probablemente siempre lo fui, pero las personas, las que pensaban que yo era demasiado o insuficiente, no eran las correctas. Suena medio narcisista, ¿no? El problema no era yo, eran ellos. Pero… cuando tienes un autoestima bajo por tanto tiempo y dejas que tu valor interno dependa de validación externa… nunca llenarás las expectativas a nadie. Enfócate en las tuyas primero.

Me enseñó a caminar, supongo. Y no sólo a caminar por ejercitarme, pero a apreciar el mundo y lo grande que es. A ver un árbol y no sólo ver el árbol pero notar lo verde que son las hojas y lo profundo que llegan sus raíces y los pájaros que tienen sus nidos en las ramas y en los sonidos qué están haciendo.

Me enseñó que, al final del día, el único amor incondicional que siempre tendré es el de mi familia y que debería valorar y apreciar eso más. Y, aunque aún me queda mucho por mejorar en ese aspecto, siento que mi relación con casi todos mejoró. A veces todavía me pregunto por qué nunca los quisiste conocer.

Me enseñó a apreciar estar sola. A estar presente conmigo misma sin dejar que los pensamientos negativos me consuman. Me enseñó que, el amor, el cariño, la paciencia, la empatía que… no sólo tanto intento darle a los demás, pero la que tanto añoraba—la podía crear yo misma. ¿Cómo tenía cara de decirle a las personas que merecen lo mejor y pensar que yo no? ¿Por qué no? Si, claramente, las personas en mi vida siguen en ella por algo, algo bueno tendrán y si genuinamente les estoy diciendo que merecen amor y empatía, ¿qué me hace a mí no merecer lo mismo?

Me enseñó que tal vez los “locos” a veces tienen un punto, y que hablarme y tratarme con la misma bondad que quisiera que trataran a los que amo, eventualmente se queda. Se plasma en tu cerebro y te enseña que «trátate cómo los que amas pero, porque te amas a ti.” Y aunque, es un proceso que aún está…procesando, estoy orgullosa de todo el progreso que he logrado. Estoy orgullosa de mi fuerza y mi resiliencia… que es algo que, aunque tal vez llegué a decir antes, sólo hace poco lo digo enserio.

Así que.. gracias… POR NADA.

JAJ! No, embuste.

Por más cliché que suene, pienso que todo pasa por algo y, aunque hay ciertos momentos que me hubiera gustado que no pasaran, hay demasiados buenos que llevaré conmigo siempre. Fuiste la primera persona que me hizo sentir (románticamente) amada y valorada. No sabía lo que era sentirse «en casa» hasta conocerte a ti. Y aunque me dejaste sin techo, sin piso y sin paredes… logré conseguir dónde quedarme. Quisiera decirte que no te deseo el mal, pero admito que hay veces que escucho canciones de Bad Bunny y quisiera que me las dedicarás. O que las escuches y te recuerden a mí. (Tú sabrás cuáles.)

Pero, con todo eso, en realidad no te deseo el mal, al contrario. Espero que seas feliz. Que encuentres todo lo que necesitas, lo que deseas. Que puedas sacarte a ti y a tu familia adelante. Dudo que llegues a leer esto. Pero… por si las moscas, ¿no?

Y pues, a ti, que me sigues leyendo. No sé. Fue fuerte, porque no sólo perdí a mi pareja y lo que pensé era mi «hogar», pero me alejé de casi todas mis amistades y, aunque era una distancia que creo que necesitaba, no pienso que la tomé de la mejor manera. No sé si es posible intentar ser tan buena amiga que terminas siendo la peor, pero así se sentía a veces. No era culpa de ellos, no siempre.

Habían veces que, fue por mi enojo acumulado, por X o Y razón, a veces ni fue por razones vinculadas a ellos (ella.) Después, verdad, tomé un curso de psicología y caí en cuenta de mi sexualidad y los sentimientos encontrados hacía… ciertas de mis amistades y me di cuenta que, aunque no justifica las peleas que tuvimos y las veces que me enojaba sin razón, sí tenían (posibles) explicaciones.

La primera,

«La formación reactiva es un mecanismo de defensa. Ocurre cuando alguien experimenta un deseo instintivo o, en todo caso, inconsciente, que rechaza conscientemente. Esto le lleva a desarrollar el impulso opuesto al que rechaza.«

Lo básico, ¿no? Fui el «quarterback» reprimido con una homofobia internalizada tan profunda que la única manera que puedo expresarlo es proyectando todo mi enojo hacía el nerd, que me gusta, pero nunca lo admitiría.

La segunda (y que conste que puede ser una combinación de ambas) es que mis desordenes mentales, que en el momento en realidad no estaba tratando, me causaban tanto enojo y frustración que se volvía confuso y abrumante pensar que yo era la única que sentía todo de (esa) manera tan intensa porque sino, ¿por qué los demás lo invalidarían?

Pero, esa intensidad y ese enojo, como no tenía dónde o no sabía cómo expresarla, lo proyectaba hacía personas que, aunque tal vez ni tenían que ver, como mi mente sentía que me querían incondicionalmente, me hacía pensar que… no importa cuán bicha o bipolar seas porque la tercera b es de besties. Usualmente lo hacemos (las mujeres, o bueno, las adolescentes) con nuestras mamás y por eso, alrededor de los 12-16 años chocan constantemente. Ella tiene sus propios dilemas y tú, que tienes este combi de papas locas de hormonas y sentimientos y estrés y cosas que no sabes cómo manejar, te desquitas con ella porque… es tu mamá, ¿qué va a hacer? ¿Devolverte? (Bueno…)

Mi punto, del que me sigo alejando, es que, hay veces que me pregunto si perdí tanto tiempo estando enojada cuando lo pude haber usado para mejorar la amistad, pero a la vez, entiendo que no sabía cómo. Que hay veces que, cosechamos relaciones con las personas y crecen en caminos distintos, y que, parte de crecer y de envejecer es entender que es normal y que está bien, supongo.

Pero nadie te dice lo difícil que es aprender a lidiar con eso y a bregar con ya… no tener con quién chismear. O aprender a no querer escribirle a alguien cuando te pasa algo bueno/malo. Aprender a ver series sola… cosas así. Es triste, supongo. La combinación extraña de, la melancolía de saber que nunca volverá a ser lo mismo, con la nostalgia y el alivio de que, efectivamente… no va volver a ser lo mismo.

Supongo que, este es de mis escritos egoístas. De los que escribo en forma de desahogo pero simultáneamente espero que llegue a sus respectivos receptores. Y que, si por lo menos no llegan a ellos, que lleguen a alguien que me entienda. O que se sienta identificado. O que simplemente quiera saber el chisme, los acepto igual. Mi manera de reconocer que, sin las personas que estuvieron en el camino, no estaría dónde estoy—que suena como si estoy dando mi discurso de agradecimiento en los grammy pero—no sería quién soy.

Ay, que cliché soy, ¿verdad? Venir a decirles que ñtodo ñpasa ñpor ñalgo y ñeñeñe. Pero si no lo veo así, sería cómo si el universo sólo quiere darme en la cara porque sí y—lamento decirle que, no soy ese tipo de kinky.

Así que, mejor tomarlo como lecciones, ¿no? Como si te puso el pie para que te tropezaras porque más adelante había un risco aún más profundo del que no ibas a poder salir, así que tenía que encontrar una solución rápida para desviarte de ese camino.

En realidad, todo esto—la nostalgia y la melancolía, el deseo extraño de escribirle a personas de mi pasado, llorando recordando al trio de amigas que tenía en high school, se podría resumir en tres palabras…

Caí en regla.