La Madre de los Posts

Todos los años paso por el mismo dilema—no saber qué regalarle a mi mamá. Y no solo a mi mamá; a mis abuelas, a mi tía (sí una sola porque pienso que estoy en la edad en donde es aceptable solo regalarle a mis «favoritas», porque soy demasiado pobre para regalarles a todas); en fin, a las mujeres que me hicieron lo que soy hoy. Y aunque todas se merezcan su propia tesis doctoral sobre lo mucho que las quiero, hoy sólo se la dedicaré a una de ellas–a la más importante.

Por más que quisiera poder bajarle a mi mamá la luna, junto con las estrellas y todos los planetas (porque se merece eso y más, y sería lo más concreto que podría otorgarle en un intento de compensar por todo lo que me ha dado); es físicamente imposible. Por más que quisiera que se levantara el domingo y la BMW del año que quería esté estacionada afuera, o que Luis Miguel llegara a su casa a darle un saludo especial; soy pobre y no sé conseguir a LuisMi. Y pienso que ya pasé la edad dónde hacerle un dibujo de nosotras dos que diga «te amo, mami» por el lado sea aceptable, pero como soy escritora, lamentablemente la edad donde deje de ser aceptable que le dedique mis palabras, nunca va a llegar. Así que, en un intento de compensar no tener regalos físicos (le di uno que otro detallito, no piensen que soy tan miserable), esta publicación es para tí, mami.

A ti, que fuiste madre y padre por una parte de mi vida. A ti, que me haz apoyado en todo, hasta cuando no podías, hasta cuando no sabías cómo; ahí estabas. A ti, la mujer más fuerte que conozco y que conoceré, lo más cercano que tendré a un súperheroe. A ti, que luchaste hasta más no poder por mí; que lograste tanto siendo madre soltera, que completaste tu carrera de derecho siendo madre de dos.

A ti, te doy las gracias. Nunca habrán palabras suficientes para describir el nível de amor y de agradecimiento que siento, no solo por ti, sino por Dios, porque me bendijo con una madre como tú. Porque de todas las mamás a las que me pudo haber enviado desde el cielo, me envío a ti y fue como pegarme la lotería sin saberlo. (Y bueno, sin saber lo que era la lotería porque era una bebé. Aunque no sé, yo era bien inteligente cuando pequeña… era.)

Te escribo esto, para que lo leas cuando me extrañes o cuando quieras recordar lo increíble que eres. Para que lo leas en este Día de las Madres y de nuevo comentes que «siempre te hago llorar». Para que cuando publique mi libro y se gane mil premios (bueno… o por lo menos uno), recuerdes que siempre fue por ti y para ti. Que siempre fue por tu apoyo inconidicional y que siempre fue para hacerte sentir aún más orgullosa de mí.

Y si tú (mi querido lector), continuaste leyendo, 1. que presentau, si dije que era para mi mamá. y 2. para no hacer otra carta donde solo le doy las gracias a mi mamá, te hablaré de ella (que espero esté leyendo esto también) y de lo increíble que es, de como gracias a ella es que este blog es lo que es (porque gracias a ella, soy como soy.)

Mi mamá es una de las personas más increíbles que conozco, de las más amables y dadivosas que conozco en mi vida. Es el tipo de persona que genuinamente se ha quedado sin nada con tal de que los demás tengan. Es el tipo de persona que se para en medio de una autopista a rescatar un perrito, y procede a sanarlo y cuidarlo después. Tiene un corazón tan inmenso, que hasta personas que no la conocen lo notan y se sienten conectadas a ella. Un corazón que suelen reconocer los animales (hasta los lagartijos—no es broma. Le dicen Dra. Dolittle), los viejitos y las brujas. Un corazón que la hace ser de las personas más empáticas, comprensivas y dadivosas que conozco. De verdad, no pude pedir mejor mamá.

Claro, tiene sus «defectos». Es un poco despistada, pero compensa siendo una mujer sumamente trabajadora—corriendo su propio negocio, el de su esposo y el de su papá. (Sí, viste. Girlboss.) Hace chistes extraños, de los que son reales pero si tu reacción es negativa se ríe para disimular; que la hace más cómica aún y me bendijo a mí con un sentido del humor de alta calidad. Pero, el único defecto que resaltaría, es las veces que falla en ver su valor, o el impacto que tiene en los demás.

Yo no digo todo esto siendo parcial por ser su hija. Si se sientan a preguntarle a 10 personas que la conozcan, les dirán lo mismo. Si se sientan a ver los comentarios de sus amistades (las verdaderas) en Facebook, leerán lo mismo. Si ven todo lo que su equipo dice de ella (porque es entrenadora personal), verán lo mismo; es de las mejores personas que conocen. Pensar que hay gente en el mundo que quisiera hacerla pensar lo contrario, o que las inseguridades que nos presenta la vocecita (el diablito del hombro) intenten dominarla y hacerla sentir como menos; me llena de rabia. Quisiera protegerla de todo lo malo del mundo, y ayudarla a sanar lo malo que ya ha vivido (aunque ya ella se ha sanado, sola y por su cuenta. Les digo, de las mujeres más fuertes, sino la más, que conozco.). Quisiera que el universo, el mundo, y las personas que la rodean; algún día puedan darle para atrás todo lo que ella ha puesto en el mundo. Que la vida le devuelva toda la generosidad y amor que ella ha puesto en el mundo, le devuelvan todas las cosas buenas que ha hecho por los demás, ya haya sido su familia, sus amistades, o un extraño de la calle que logró ver lo simpática que era.

Quisiera que supiera, que aunque tal vez para los demás no haya sido una madre «perfecta»(aunque no sé por qué lo pensarían, tal vez porque se le olvidaba buscar mis notas de vez en cuando–pero es que estaba acostumbrada a que fueran buenas, so why would she bother?) , para mí siempre lo fue.

En las altas, en las bajas, en las discusiones alimentadas (y causadas) por mis hormonas pubertales, cuando cambió mi número, cuando cantamos en el carro, las «pelas en el clóset» (es un chiste interno—no se asusten), las veces que pensó que me iba mucho tiempo de casa por no querer estar con ella (que nunca fue cierto, solo tuve un periodo de mi vida dónde priorizé a mis amistades sobre todo y pues, trajo sus propias complicaciones, pero un tema para después)—siempre fue una madre perfecta y ejemplar. No ha habido un solo momento en mi vida (y esto lo digo genuinamente, mami) en dónde yo no haya estado agradecida por tener una mamá como ella.

No ha habido un solo momento donde yo no haya estado agradecida de tener una mamá que siempre buscó recordarme lo orgullosa que estaba de mí, una mamá que buscaba siempre decirle que sí a mis sueños y necesidades, una mamá que me ha dado todo, que siempre buscó recordarme que soy una mujer inteligente, hermosa y capaz. Una mamá que apoyó mi lado «escritoresco«desde que mis cuentos eran sobre príncipes ficticios y escritos en construction paper. Una mamá que, de hecho, los tiene todos guardados. Una mamá que ha hecho (y continúa haciendo) todo lo posible por ayudarme, en toda manera; sea financiera, emocional, a ver mi valor, a hacer ejercicio y mejorar mi salud, a recoger mi cuarto… en fin, me he ayudado en todo. Aunque parezca casi dado que tu madre esté presente, no siempre es el caso, y el hecho de que la mía ha estado ahí siempre, para mí significa todo.

Una madre que reaccionó a yo saliendo del closet diciendo «Te gustan las nenas? Okay. Pensaste que me iba a enojar o algo? Por Dios, después que tú seas buena persona. Y estés feliz, quién ames no me importa—claro, después de que te traten bien.» La misma que me apoyó cuando mi torre de Jenga se cayó, y la que me ha ayudado a buscar todas las piezas para volver a construir la torre. La que llegó con un flashlight después de enterarse que me sentía estancada en el túnel oscuro; la que me ayuda a levantarme después de que me doy contra el piso «bungee jumping». La que llega para decirme «levántate, para que veas que el agua en la que sientes que te ahogas, es llanita.»

En fin, la solución a todas las metáforas que he usado para describir estar perdida, triste… neurótica. La que hace que el caos tenga coherencia, que la contradicción tenga… dicción? En fin, mi sistema de apoyo principal, mi fanática número uno, la que siempre buscó por mi bien, hasta cuando yo tal vez fallaba en notarlo.

Una madre que me ha hecho una mujer independiente y fuerte, una mujer capaz de lograr todo, porque sé que tengo quién me levante si me caigo. Una madre que me bendijo con su inteligencia y con su capacidad de impactar a los demás. La que me ha enseñado que lo importante en la vida son nuestros valores, y las acciones que tomamos siguiendo los mismos. La que me ha demostrado que lo material, no importa—después que estemos bien. La que me ha hecho querer seguir adelante siempre, solo para poder hacerla aún más orgullosa de mí.

La que quisiera que me dure para siempre porque aunque ya me ha visto graduarme de casi todo, aún le falta ver publicar mi primer libro y dedicarselo a ella. Le falta verme dedicarle el premio nobel de literatura (dejénme soñar) y aunque no esté en mis planes, supongo que le falta verme casarme y tener mis propios perri-hijos. La que quisiera que me dure para siempre porque el mero hecho de no tenerla me aterra. Imaginense, si lloro cuando vuelvo después de visitarla–sabiendo que probablemente la veo en un mes. La que extraño siempre, pero que llevo siempre en mi corazón. La que nunca me contesta el telefono y después dice que la que se olvida que tiene madre soy yo, pero la perdono comoquiera porque me gusta hablarle—aunque sus conversaciones por telefono sean más ella multitasking mientras te escucha hablar. La que me hace querer comprarle todos los cerditos y perros salchichas del mundo, porque aunque ya no tenga dónde guardarlos, quiero que siempre tenga algo cerca que la haga pensar en mí.

A la única que le acepto «Ok» en vez de okay de respuesta. Una madre que me sorprende más cada día—con su fuerza, su inteligencia, su bondad, su capacidad de lograr lo que se propone. Una madre trabajadora, emprendedora, independiente— que da su todo en lo que hace. Una madre que me enorgullece cada día más, mi ejemplo a seguir.

Feliz día de las madres, mami!

Y no solo a mi mamá, sino a las tias/madrinas que te dejan vivir en su casa (aunque le dan ganas de botarte cada vez que pongas el papel de inodoro alreves) y cuidan a tus güimos aunque no los quieran—las que te alcahueteaban desde pequeñas y aunque no sean muy «touchy feely» ambas saben que se quieren mucho y por lo menos yo, sé que no podría vivir sin ella— que quita las fotos de tu ex cuando no estás en tu casa y la que te dona la última coca-cola cuando estás triste. (Felicidades titi, gracias por ser mi madre adoptiva).

O a las abuelas que genuinamente son la Luz al final del túnel. Las que te «cantan otra canción» aunque tengas 23 años, las que te cuidan hasta cuando la que estás tratando de cuidarla eres tú. Las que te mandan $50 por ATH Móvil cuando le pides $20, la que te psicoanaliza gratis solo porque te quiere. La que te hace chuletas con amarillos cada vez que vienes, hasta sin que se lo pidas, porque sabe que es tu comida favorita.

O las abuelas que cargan «la ambulancia» encima porque siempre andan preparadas para lo que traiga el día, las que te persiguen gritando tu nombre detrás del Jeep de Barbie, las que no te matan cuando pediste permiso para que vinieran tres amigos y llegaron tres con los novios, primos y los tíos. La que te perdona cuando los mismos que invitaste y tú le ponen jabón a la chorrera en un esfuerzo de ir más rápido, pero fracasan por completo. La que te acurruca cuando necesitas y te arregla la frisa cuando estás temblando.

Las abuelas que te leen, aunque no entiendan bien las redes, o les confunda cuál link los lleva a qué. Las que son y seguirán siendo tus fanáticas hasta más no poder—que siempre resaltan lo orgullosas que están de ti. Las abuelas que cuando se enferman, te asustas, porque quisieras que te duren para siempre, porque genuinamente no sabes qué harías sin ellas. (Felicidades Abi & Abi, las amo.)

Las «abuelastras» que buscan complacerte y conectar contigo, hasta en cosas pequeñas. Las que tal vez no fueron muy buenas demostrando que te querían al principio, pero te hacen sentir como su nieta biológica. Y su familia entera, con las tías medio locas que le pone «pampers» a sus perros, pero que nunca se le olvida felicitarte en tu cumpleaños ni darte un detallito en Navidad. La que igual te lee y te sigue, la que te dirige el «fan club» si la dejas. La que siempre te ha tratado con mucho cariño y bondad— pero no admites que es tu favorita por si las demás se ponen celosas.

Felicidades también a las tías que nunca se sintieron como tías— porque tenían 13 años cuando naciste y le diste con un bibí en la cara; la que siguió tratándote como su hermanita siempre, la que es medio cruel y «bully» pero la quieres así. La que te presta su ropa, junto con el maquillaje, el recorte, zapatos y las cejas—y lo hace todo mientras ve Netflix, atiende a sus hijos y llena planillas. La que demuestra que te quiere de maneras distintas, pero siempre sabes que te quiere (y tú a ella, aunque te haya dado para atrás después del bibi y solo sepas demostrarsélo cuidando a su perro y a su conejo). O a las tías que te invitan a la playa todos los fines de semana solo con tal verte, la que a veces solo vez en Navidades y Año nuevo pero que llevas en el corazón siempre, la que nos dejaba dormir a todos en frisas en el piso y fingía que no nos escuchaba jugando DS y riéndonos a las tres de la mañana.

Las tías medio ansiosas, que han pasado por mucho, y aún así buscan sonreír y salir adelante. Las tías que son tan buenas que a veces, se aprovechan de su nobleza. Las tías que merecen tanto—más amor, más felicidad, tranquilidad y paz. La que te regaña por comerte chocolates viejos (del baby shower de tu prima adolescente) pero aún así los guarda de recuerdo. La que te cuida y te mima como si fueras hija de ella porque, efectivamente, eres su única sobrina.

Las tías postizas/adoptivas que te planchan el pelo cuando se lo pides y de una te maquilla. La que te trataba como hija suya porque no tenía su propia, y ahora que la tiene, sabes que fue otra bebé que se ganó la lotería.

Las tías postizas que te adoptan en Disney y compensan por el despiste de tu madre biológica. Las que te hacen reír solo con respirar, las que sientes que conoces hace años aunque solo lleva en tu vida dos. La que llamas cuando te sientes ansiosa porque te ayuda a sentir paz, la que te da consuelo cuando lo necesitas. (Aquí hablo de la mejor amiga de mi mamá— M, eres de las personas más bondadosas que conozco y viviré agradecida siempre que Dios te haya puesto en nuestras vidas.)

A las tiamigas que te siguen en Facebook y que, aunque solo ves de vez en cuando, te emocionas igual. De las que te dicen «yo te vi cuando eras así de pequeña» como si yo no recordara viéndolas estudiando derecho con mi mamá — como si no me sintiera vieja viendo como sus hijas ya casi hasta se gradúan de la uni, o viendo los «memories» de Facebook de cuando fui al primer cumpleaños de su hijo que ahora es todo un emprendedor y tiene hasta su propia linea de limonada. Las que preguntan por ti siempre, y aunque no las veas tanto como quisieras, cada vez que sí comparten es como recordar que tienes tres tías lejanas más.

A las madres postizas que te adoptan porque sus hijos decidieron que iban a tenerte en sus vidas. Las que te cocinan, te invitan a la iglesia, las que te llevan a pasear por San Juan porque sí, las que se mantienen al tanto de tu vida (a veces hasta mejor que los hijos). Las que te llevan a Europa para que presencies su «Lo tori», las que velan por tu bienestar y te recuerdan siempre cuán flaca (o no.. JAJAJA) estás. Las que te cuidan por elección y te hacen sentir querida incondicionalmente, como si fueras hija de ellas también. (Shoutout especial para Ivelisse, Lourdes, Zoraida, Amarilis, María, Cristina, Leticia, Carmen, Jamil — gracias por dejarme en sus casas hasta cuando bromeaba que quería trabajar en fast food, genuinamente, las quiero mucho siempre.) (Y a las que no eran ni madres de amistades mías, y aún así me apoyan (Hola Lizzie). Also special shout-out to Gloria, Tiffany, Josefina, and Martha.)

(Me siento como Bad bunny en su canción nueva «las gabrielas, las patricia las nicole..» anyway, como les decía.)

Por último, a las maestras que te trataban como sus hijos. Las que recuerdas con mucha nostalgia y cariño— las que eran como Sprite (te dice las cosas como son), las que hacen apuestas contigo para intentar que te motives más a estudiar, las que te quitan las briscas pero te las devuelven después de clase. Las que genuinamente se preocupaban por ti y tu bienestar, que te hacían creer aún más en la profesión de maestro, las que te hacían querer que les pagaran 60 veces más solo porque te enseñaban más allá del salón de clases. Las que te llevaron a Costa Rica hasta cuando ya no estabas en la escuela, la que te acompaña corriendo a comprarle un bizcocho a tu mejor amiga para cantarle en el mismo hotel de Costa Rica (te hablo a ti, Meli). Las que hasta cuando te fuiste del colegio, te aceptaban de vuelta con emoción. Las que te siguen aún y te leen, y aún te recalcan lo orgullosas que están. Las que visitas en tus juegos de baloncesto y le escribes por instagram para que lea tu blog (Hola, Texi.) Las que te empujan a intentar cosas nuevas y casi te obligan a participar en oratoria solo porque ven tu potencial. Las que te hacen querer seguir tu pasión de escribir y te apoyan, las que te hacen sentir en casa hasta cuando estás en los United Estays. De las que te hacen pastelón y arroz con pollo, y te ayuda a recaudar fondos para ayudar a Puerto Rico después de María (porque en tu universidad eran unos racistas estúpidos que te dijeron que no tenían tiempo para PR porque estaban muy ocupados ayudando a Texas). (Nuevamente, shout-out especial para: Ana, Carol, Nilda, Nathbia, Melissa, María R., Texi, Pulli, Diana, VO, and Rellinger– las llevo y llevaré siempre en mi corazón!)

En fin, todas las madres que han estado en mi vida. Todas las que me han hecho sentir como si tengo seis madres en vez de una. Y si soy honesta, todas las quiero, respeto y aprecio porque de una forma u otra, me recuerdan a mi mamá.

Mami, gracias por tanto; hoy y siempre. Te amo, mucho y espero que te guste tu regalo.

EN CONCLUSIÓN, ¡FELIZ DÍA DE LAS MADRES A TODAS LAS MADRES DEL MUNDO, pero en especial a la mía!

Una carta a ustedes, supongo. <3.

Esta debe ser la undécima o duodécima vez que me siento a mirar un papel virtual, buscando vaciar el cubo de pensamientos que invade mi cerebro en el momento, buscando cómo sanar los tijerazos que el universo continua dándole a las cuerdas sosteniéndome en el planeta, orando que una solución para dejar de despertarme ansiosa todas las mañanas en la madrugada se aparezca mágicamente, como si le dejara a Dios o al fantasma del gato de mi vecino un canvas vacío, una ouija moderna que les permite iluminarme el camino hacia la sanidad. Y aún así, al intentar obligarle a mi mente y a mis manos a sentirse escritorescas (con tal de no sentir ganas de pegarme un ti—*cough* de no sentirme como una… homicida personal), no encuentro ningún deseo ni intención de escribirles sobre mí.

Últimamente, el peso de la vida se siente más real, más profundo. No sé si sea la adultez, la depresión, que la luna está en Mercurio, o si es que simplemente estamos en tiempos difíciles todos; pero el universo esta como extra welebi—. Ya no siento que voy bungee jumping para restrallarme; se siente como si voy nadando en un océano—inmenso y profundo; de los que te hace querer tener luz en exceso con tal de siempre ver tus pies y lo que vive debajo de nosotros—y que cada vez que intento subir a la superficie, cada vez que intento salir a exhalar aire fresco y no el del tanque enganchado a mi espalda, algo me agarra por los pies y me hala hasta el fondo… una y otra y otra y otra vez.Mi miedo… es que siga ocurriendo hasta que el tanque de oxígeno se agote y eventualmente no tenga… las fuerzas, de seguir intentando subir. Que el peso sea tanto que simplemente me deje caer, me deje llevar por la corriente a explorar el 80% de los océanos que nos faltan por recurrir. Y aunque sí, para mi escribir es terapéutico, al sentarme aquí no encuentro el interés ni el deseo de hablarles de mí, ni de compartir la bolsa de pensamientos que me hala hacia el fondo, no busco soltarles el peso inmenso que me sigue halando los pies; prefiero hablarles de otras cosas, de escribir sin propósito ni sentido, como la vida, y ver que sale.

Me disculparía por el hecho de que nada de lo que le siga a esto tenga mucho sentido, pero en este punto de nuestra relación, ya deben estar conscientes de que yo rara la vez tengo sentido. (BTW, me disculpo por desaparecer por un mes. Les juro que intentaba escribir y escribir y… nada. No se si era la presión que me puse a mi misma, de querer solo seguir aumentando sus expectativas (sí, las de ustedes, mis lectores. Esto es… para ustedes, en realidad. Por mí, pero para ti) y no decepcionarlos o aburrirlos; o si es que el diablito de la ansiedad está bloqueando mis habilidades escritorescas con tal de aislarme del resto del mundo.)

No he completamente psicoanalizado mi necesidad de proveer evidencia para las cosas (en forma de memorias específicas que le hacen creer a la gente que tengo buena memoria), aun cuando no me lo piden ni les he dado razón para no creerme, PERO; durante el tiempo que estuve MIA, intente ser Buzzfeed y hacerles una lista de 10 peliculas y series poco comunes, de las que, si he visto, que les recomiendo. Y les describía la película y le daba un rating, y los asociaba a otras series/películas, pero pues… (1) No me sentí lo suficientemente cómica como para poder ser Buzzfeed exitosamente (2) No he visto suficientes películas como para recomendarles otras similares. Intente después hablarles de mis teorías de Spongebob; de como el creador, como biólogo marino, basóla serie como si fuera tipo The Office, pero un nature documentary (que creo ya les habia llegado a mencionar), pero iba a profundizar en ella y ofrecerle evidencia concreta de la misma, pero pues

El único pensamiento que me consumía era, a quien, a parte de a ti, le va a interesar un análisis profundo de Spongebob, y pues… nunca logro terminarlo. Intente entonces hablarles de mi relación con la religión, y de una intentar integrarles la disonancia cognitiva (que es una manera fancy y psicológica de decir que nuestro cerebro justifica nuestras acciones a nuestro favor, siempre, por mas que intentemos de que no o queramos pensar que no). Comencé a contarles sobre mi experiencia en un retiro religioso (top secret—confidencial, que no les puedo contar nada porque sino los tendría que matar jajajajajaja…. Enserio.) de tres días, donde el segundo día por la noche preguntaron quien todavía no había sentido la presencia de Dios y las únicas dos que se levantaron fuimos yo y otra muchacha, y de cómo eventualmente me di cuenta de que una línea en la película Easy A tuvo más efecto en mi relación con Dios que ese retiro—y que no dejarme llevar por los métodos convencionales arcaicos de la religión me otorga la libertad de desarrollar mi propia relación con Dios; una donde no lo veo como alguien que castiga a su prójimo, ni que odia a los gays o que me va a mandar al infierno por la vez que le contesté a mi mamá después de que me dijo que no le contestara; lo veo más como… no sé, un Amigo. Alguien que vela sobre mí y me escucha de vez en cuando y si llegara a necesitar una manera urgente de exhalar… ahí estaría.

Lo más concreto que llegué a escribir, que me emocionó porque pensé que nuevamente había encontrado inspiración y musa (después de acabar la serie Dickinson en AppleTV+, véanla. La protagonista esta buenísima—digo, la serie. La serie esta buenísima. (Hailee Steinfeld if you ever read this,  im free on Thursday night and would like to hang out. Please respond to this and then hang out with me on Thursday night when I’m free, on Thursday night. When Im free), fue que encontré un libro sobre las historias (The Science of Storytelling, de Will Storr) y el escritor logra concretizar y validar la importancia de las mismas usando bases científicas, psicológicas e históricas. Le dio validez a mi lado escritoresco y, al mismo tiempo, sufri el trauma de ver el ultimo episodio de la serie Killing Eve (si, Así de malo estuvo y no soy la única que lo piensa. Adjunto la evidencia.) y me ayudo a darle validez al hecho de que (todavía, una semana después) no puedo ver escenas del episodio sin llorar. (Y no digo esto lightly, yo no lloro. No les estoy diciendo que me da sentimiento, o que se me aguan los ojos—no, lloro. Lloro como si estoy viendo la escena de Dos Oruguitas en Encanto por primera vez, o si nuevamente estoy sentada en una sala de cine en el 2008 viendo como Owen Wilson se despide del mejor actor canino que he presenciado, en Marley & Me. Lloro como si el final que le dan a los personajes es el mismo que me tocara a mí.)

Source: @holyorchard (twitter)

Logre irme en un viaje profundo sobre como mi tendencia de evitar ver películas nace de esta tendencia extraña que tengo de sobre relacionarme con los personajes, al punto que desarrollo esta añoranza, casi una necesidad de que terminen bien. O si no bien, con un final que me gustaría para mí. De como ciertas películas, de las que tratan de terminar con un final distinto al que uno usualmente esperaría, requieren tres a cinco días laborables para procesarlas emocionalmente, porque es como si vi mi vida entera (o por lo menos, los próximos 10 años de ella) en una película de hora y media, y necesito tiempo para procesarlo. Les hablo de como pienso que los medios de entretenimiento deberían ser un escape de la realidad, de otorgarnos a nosotros—los mortales propensos a los tijerazos (negativos…porque pues… tijerazos de otros lados son bienvenidos. Hailee, I’m free on Thursday if you want to hang out on Thursday.) del universo—la oportunidad de exhalar y despejar la mente. De hecho, escribi que;

Podamos, por ya sean treinta minutos o dos horas y media, olvidarnos de nuestros problemas y podamos enfocarnos en los de personajes ficticios. Que podamos no pensar en lo que tenemos que terminar para el trabajo, o en si deje o no la estufa prendida, que no tenga que pensar en cómo voy a pagar por la vez que choqué el carro de—*cough*; ya saben, problemas que nos consumen a todos; y podamos pensar en cómo Robert Pattinson va a lograr estar con Catwoman (no la he visto, pero quiero), o en lo cómico que fue que Bella genuinamente sintió que el “It” boy misterioso de la escuela pensaba que ella apestaba y ella comoquiera se enamora perdidamente de él.

“Y no es que quiera que todo siempre sea un escape feliz, y que en todas las películas veamos la misma estructura de conflicto donde, no importa lo que pase, al final del día, el mundo va a ser color de rosa y felicidad—y llueven flores. No. Estoy clara que a veces, el escape que uno necesita es ir a una sociedad distópica en donde, una vez al año podemos hacer lo que nos da la gana por 24 horas; o a veces necesitamos pensar en cómo sería la vida si nos tuvieran que dividir por distritos y mandarnos a pelear por comida (no sé, tampoco la vi… na, embuste, esas sí. Genuinamente no recuerdo por qué es que se van a los juegos).

Sé también que a veces no necesitamos un escape, sino una perspectiva distinta. Y que las películas que tienden a reflejar la sociedad real, o a narrar historias con finales… no felices, a veces nos ayuda a ver nuestras situaciones de otra manera y tal vez, nos ayuda a salir adelante (o sea, que se relacionen a los personajes, de modo saludable (a diferencia de mi), y logren proyectar sus problemas en ellos para así tomar ideas de cómo superarlo).

Sin embargo, también estoy consciente de que muchas de las series que más me han gustado, han sido victimas de malos desarrollos en sus historias, de escritores que parecen no saber como concluir sus historias (dice la que nunca sabe cómo concluir ni una salida con mis amigos), o de que terminan perjudicando el desarrollo de sus personajes y narraciones, por “shock value” o por intentar integrar elementos que estén “trending” al momento—que aunque no le sirva de nada al desarrollo, tener ciertos elementos aumenta vistas, así que, por qué no?

Luego, citaba al tipo que escribió el libro que les dije, porque el dice que,

“We beetle away happily… with the fact of the void hovering over us. To look directly into it, and respond with an entirely rational descent into despair, is to be diagnosed with a mental-health condition… The cure for the horror is story. Our brains distract us from this terrible truth by filling our lives with hopeful goals and encouraging us to strive for them. What we want, and the ups and downs of our struggle to get it, is the story of us all. It gives our existence the illusion of meaning and turns our gaze from the dreadThere’s simply no way to understand the human world without stories. Stories are everywhere. Stories are us. It’s story that makes us human. Recent research suggests language evolved principally to swap ‘social information’ back when we were living in Stone Age tribes… Stories about people being heroic or villainous, and the emotions of joy and outrage they triggered, were crucial to human survival. We’re wired to enjoy them.”

Will Storr, «The Science of Storytelling»

En otras palabras, que cualquier persona que llego a decirme que ser escritor o que contar historias no era esencial, (me puede mamar el b—*cough*)… estaba erróneo.

Sin embargo, nunca logro terminar mis ideas. No logro concretizar el mensaje que quiero transmitir. No logro sentir que mis habilidades escritorescas son lo suficientemente poderosas como para lograr entretenerlos al hablarles de cosas que no son de interés general, de las cosas que la sociedad (mía, por lo menos) me ha condicionado a pensar solo me interesan a mi así que tengo que buscar maneras creativas de explicarlo. Es como el anuncio de Chef Boyardee donde el chef les guiñaba a los papás porque ahora contiene 2% de vegetales. Por tanto, tu hijo es feliz (ustedes están entretenidos leyendo mis rants incesantes de todo y nada donde intento compartir los 70 pensamientos que están entrando en mi cerebro a la misma vez) y tú como padre te sientes más tranquilo dándole su dosis diaria de Chef Boyardee a tu hijo sin sentirte culpable porque por lo menos está consumiendo 0.01% de brócoli sintético (o sea—duermo con la tranquilidad de pensar que efectivamente leyeron algo que posiblemente no les apasiona a ustedes, pero a mi si, y logre transmitir esa pasión de tal forma que no se aburrieron o decidieron darme “unfollow”). Y aun así, no creo que le llegue ni a los tobillos al Chef Boyardee metafórico de mi mente.

No se. Mi inspiración viene y va últimamente, se me hace difícil silenciar al diablito metafórico que se me sienta en el hombro izquierdo. PERO, no se preocupen. Mi psicóloga me esta ayudando, y una de las asignaciones que me dio fue escribirles cartas a las personas, por… distintas razones, pero pensé comenzar con ustedes.

Aunque Freud Jr. (el diablito de mi hombro, le puse nombre) intente hacerme borrar esta página con todo, o me hace dudar de mis habilidades, o pensar que mis palabras no tienen poder; ustedes han estado ahí. Genuinamente, recibir mensajes de extraños diciendo que se relacionan a lo que cuento, o que lo disfrutan, o que lograron reflejarse ustedes mismos en mis palabras; me llena el corazón de una manera inexplicable y me hace querer seguir luchando por este sueno que tengo desde que tengo memoria, y de lograr impactarlos del mismo modo que otros me han impactado a mí. De establecer una relación virtual y metafórica, pero donde sientan que me conocen y yo a ustedes, donde pueda proveerles ese confort que anhelan, ser para ustedes la persona que, en mis más bajas, añoraba tener a mi lado. Lamento no poder ofrecerlos nada concreto, me disculpo por desaparecer por un mes. Gracias por seguir aquí, espero poder… concretizar mis pensamientos próximamente y darles mejor contenido.

Por ahora, como diría Squidward;

No soy yo, es El Diablo.

Pasé gran parte de mi adolescencia pensando que era una psicópata y el resto de ella, anhelando que tuviera un tumor en el lóbulo frontal, benigno, que estaba controlando mis emociones y decisones.

No quiero que piensen que soy una insensible (he presenciado lo difícil y aterrador que puede llegar a ser manejar tumores en cualquier lugar, y no se lo desearía ni a mi peor enemigo, pero recuerden que este espacio es para compartir los pensamientos que te susurra el diablito que se te sienta en el hombro cada vez que tienes que tomar una decisión), ni que sufría de hipocondría compulsiva y necesitaba evidencia física que comprobara que, efectivamente, me pasaba algo.

(El diablito y ángel a los que me refiero más adelante)

No fue nada así, pero para poder entender, tenemos que ir por partes.

De pequeña, era muy cruel. No pienso que era apropósito, y probablemente mi ansiedad e inseguridades exageraron cuán «mala» era (en kinder, por ejemplo, mordía a los nenes–algo que, cuando cuento, los que me conocen usualmente dicen «no me sorprende», y en primer grado recuerdo que empujaba a una nena que podía, literalmente, aplastarme como cucaracha si quería (ella medía como 5’5 y yo mido como 4’9 desde que tengo 7 años.), pero nunca lo hizo. A mi mejor amiga, que conozco desde tercer grado, llegué a amenazarla con un tenedor (no sé) y probablemente fui su primera relación tóxica (que ya hemos hablado sobre eso y superado y pienso que es la amistad más genuina y saludable que tengo y tendré), pero al crecer, desarrollé cierta necesidad de comprobar, aún no sé si a mi misma o a los demás, que soy buena persona.

Es una necesidad que, aún no he superado (que puede ser una de las razones por las cuáles sobre-explico todo y busco reiterarles constantemente que no quiero que piensen mal de mí), pero que he mejorado a través de los años. Solía ser una necesidad que me consumía, que me dominaba y me hacía poner a todo el mundo sobre mí. Ahora, solo es un pensamiento que me susurra el diablito en mi hombro y que puedo manejar. Sin embargo, imagínense cómo me sentí cuando una de mis amistades me dijo que le daba como «vibes de psicópata». Que conste que, nunca me ofendió, simplemente creó un conflicto en mi cerebro que me llevó a pensar que yo era un fenómeno extranjero aún no descubierto.

Usualmente, si te dicen «psicópata», piensas en asesinos. Tal vez piensas en Ted Bundy o Jeffrey Dahmer, puede que te imagines a Christian Bale en American Psycho (no, tampoco la he visto), o a Dexter de… pues, Dexter. Puede que te imagines a tu ex, o a tu madrastra, al perro de tu vecino o a Donald Trump. Aún así, Google dice que «psicópata» no es un diagnóstico oficial. Psicológicamente hablando, un psicópata es alguien que sufre un trastorno de personalidad antisocial. (Sí, cada vez que se refieren a ustedes mismos como antisociales, se están diciendo Ted Bundy. El término correcto para un introvertido sin interés de interactuar con la sociedad, sería asocial. O yo.)

Dexter, Dexter

Hay muchos conflictos en este diagnóstico, ya que se sabe muy poco, y lo que sí se sabe se contradice por todos lados. Aún así, para efectos oficiales (y para nosotros), nos vamos a dejar llevar por las señales o síntomas más comunes que presentan en este trastorno. Un comportamiento socialmente irresponsable (o sea, matar al perro de tu vecino porque se hizo caca en tu jardín (sí, te hablo a ti Gru de Despicable Me), ignorar/violar los derechos de los demás, incapacidad de demostrar entre lo que está bien y mal, y una incapacidad de sentir remordimiento o empatía. Tienden a ser mentirosos compulsivos y manipuladores, tienen problemas recurrentes con la ley y una indeferencia general hacia la seguridad y responsabilidad. (Eso dice healthline, por lo menos.)

En arroz y habichuelas, (como decía mi maestra que accidentalmente buscó un video porno mientras intentaba buscar un video de un grillo «molting»–una historia para otro día), un psicópata actúa impulsivamente; como si se dejara llevar por el «diablito», pero sin sentir nada. No necesariamente todos se convierten en asesinos en serie, ni en depredadores desalmados, pero sí tienden a tener tendencias más…rebeldes, dígamos. (Algo que yo, nunca tuve. Yo era buena. Era.) Cosas que uno pensaría «quién quisiera eso? Uy!», pero para alguien que sentía demasiado, la idea de alguien que no siente nada es casi un sueño. (O por lo menos pensaba, he tenido momentos dónde siento «nada» y es un vacío horrible.)

Trigger Warning: Toco temas sensibles más adelante (depresión, ansiedad, self-h**m…) Lean a su discreción.

Yo, juraba que era un fenómeno extranjero porque, aunque nunca le haría daño a nadie, sí me haría a mí. Y si me podía hacer daño a mi misma sin sentir remordimiento ni empatía, era una psicópata, pero solo contra mí. Pensar así, me quitaba el deseo de que fuera un tumor, y le daba sentido a todos los pensamientos que tenía que se sentían… únicos. Pensamientos que, aunque nunca lo había confirmado, solo pensaba yo. Las veces que no me ponía el cinturón apropósito, o cruzaba la calle sin mirar, las veces que me imaginaba una muerte tipo Final Destination cada vez que parabamos detrás de un camión, las veces que veía un cuchillo y en lo que pensaba era en mi vena yugular; todo tenía sentido, era un trastorno de personalidad. Lo que tenía que hacer era aprender a manejarlo y ya, resuelto.

El «tumor» se convirtió en el diablito y comencé a distinguir entre mi «yo normal» y mi «yo psicópata» (una vocecita que me presigue hasta el sol de hoy, pero ya no sé ni cómo llamarle–mi psicóloga dice que le llame ansiedad, pero no sé. Ese nombre como que no le pega.) El diablito que me decía que cada vez que me pelaba con mis amistades, ya–capüt, se fueron de mi vida. Procedo a encerrarme en mi cuarto a llorar mientras escucho Reik debajo de mi sabana (de verdad pasó, Me Duele Amarte todavía me da bien duro). O que cada vez que alguien de mi familia se enojaba conmigo significaba que ya, me odiaban, como si no llevaran los 23 años de mi vida dejándome saber que me aman incondicionalmente.

Me daban celos, pero celos casi posesivos que no podía explicar, y nacía de la voz en mi cabeza diciéndome «mira lo fácil que es reemplazarte, si mejor que tú hay mil», y cuando me importaba alguien, o mejor dicho cuando tuve mi primer grupo de amistades que satisfacía mi fantasía del trio de amigues en cualquier serie clichosa de Disney en los 2000’s, mi peor miedo automáticamente se convertía en perderlos. El «diablito»me convencía de que tenía que hacer todo lo posible por mantener a mis amistades, sin importar lo que tuviera qué hacer.

Trio clichoso de Disney Channel

Las veces que lamí tierra, o que me metía en problemas por no hacerle caso a mi familia en un intento de satisfacer ambos lados, porque por una parte estaba el miedo de perder a mis amistades y por el otro el de decepcionar a mi familia (que puede ser la razón por la cuál he visto Turning Red en Disney+ por los menos 15 veces desde que salió–veanla, está bien buena); las veces que permitía que me «gaslightearan» (no sé cómo se dice en español, pero gaslight me), o que me trataran como menos, que me tomaran por sentado. Las veces que me hacían sentir insegura por la ropa que me ponía, o las cosas que me compraba; solo para luego pedírmelo prestado dos días después. El diablito me convencía de que mi valor individual no era suficiente y nunca lo sería, así que tenía que hacer tres veces del esfuerzo necesario para satisfacer a los demás, aún cuando no me satisfacía a mí, aún cuando me drenaba emocional y físicamente. (Que conste que, esas amistades son las mismas que son mis fanáticos #1 en esta página y que lo que digo, no lo digo con resentimiento ni pienso que fue culpa de ellos que me sintiera así.)

Pienso que mis inseguridades me hacían ponerle un peso inmenso encima a mis amistades, y mi afán por que mi vida sea como una película/serie no ayudaba; no creo que mi mejor amiga iba a llegar a dejar su segunda identidad secreta por mí (Hannah Montana:The Movie, si no entienden la referencia, no entiendo qué hacen aquí). Lo que quiero decir es, creé expectativas falsas de las personas que me rodeaban y cuando no las cumplían, sin importar cuán irrealizables fueran (porque literalmente eran basadas en personas ficticias) me decepcionaba. Me tomó mucho tiempo darme cuenta de que mis fallas impactaban mis perspectivas y que, aunque ninguna de mis amistades ha sido perfecta, yo tampoco lo he sido y… that’s okay. Las amistades no se basan en fallas o imperfecciones, se basa en quién está ahí cuando el túnel está alumbrado y el que se queda cuando está tan oscuro que no puedes distinguir ni las sombras–(y pienso que las personas en mi vida actualmente cumplen con los requisitos–sé que me leen, los amo).

El diablito me convencía de que mi familia, por más que me dijeran cuán orgullosos estaban de mí, o cuán inteligente pensaban que era, solo lo decían porque sentían que tenían que decirlo (que debo notar, no es el estilo de mi familia. Mi familia te dice las cosas, de una manera cruel y cruda y espera tu reacción. Si es negativa, como suele ser, se ríen y dicen «es broma»–tengo muchas historias así, ya anhelo contárselas. «Bájate del carro»). Que no importaba cuánto me esforzara o cuán lejos llegara, nunca iba a ser suficiente. Porque aunque cumpliera con las expectativas de ellos, nunca cumpliría con las expectativas que impuse sobre mí (las mismas que creo me imaginé a los trece años; el sueño de convertirme en una escritora famosa joven, con mi best-seller millonario y los miles de productores que me iban a contactar para desarrollarlo como una serie–que yo iba a escribir, producir, dirigir y protagonizar (sí, tipo Lin-Manuel Miranda). Cabe decir, entonces, que cuando cumplí veinte años, oficialmente ya no era «teen», entré en un pre-pre-quarter life crisis por esta presión imaginaria que me impuse y el hecho de que sentía como si todos a mi alrededor seguían adelante con sus vidas, y yo estaba estancada en el mismo sitio. Todo lo cuál me decía el diablito.

(Ahora, les voy a decir algo medio triste, medio… preocupante. Algo que creo que solo llegué a compartir con dos personas y una de ellas fue mi psicóloga–ya no pienso así, estoy mejor. No se asusten. Discreción, (TW) nuevamente.)

No les puedo decir que llegue a una solución fácil ni directa, no les puedo decir que mis «coping mechanisms» fueron los mejores, pero por un tiempo, mi único consuelo era pensar… no me puedo morir, no le puedo hacer eso a mi mamá. No pensaba en mi papá, ni en mis abuelos–todos los cuáles se irían en crisis si me da hasta un catarro, no me podría imaginar algo peor–no pensaba en mis amistades, «ellos lo van a superar, sabe Dios si están hasta mejor…», no pensaba en mis perros ni en mis güimos, o en mis tías que, nuevamente, se irían en crisis. No, decidí que el peso caía sobre mi mamá. Decidí esto, luego de ver Thirteen Reasons Why (Sí, súper estúpido, clichoso pero recuerden–mi afán era que mi vida fuera una película). Mi pensamiento viendo esa serie nunca fue «wow, cómo pudo hacer eso por esas razones?» ni que esta sobre reaccionando, mi pensamiento siempre fue «cómo le pudo hacer eso a su mamá…(que cabe decir que Kate Walsh se botó (la que hace de la mamá que también es Addison en Grey’s y creo que sale en The Umbrella Academy).

Me mantuve así por un tiempo. Con ese pensamiento, y un desinterés constante por todas las cosas que me solían gustar. No sé en qué momento sentí el deseo de buscar ayuda, no puedo recordar qué fue mi rock bottom (no sé si por qué siento que hay tantas posibilidades de cuál haya sido, o si es que mi mente lo bloqueó de mi memoria en un esfuerzo de proteger la poca dignidad que me quedaba), pero decidí hablar con uno de los consejeros de mi universidad (que era guapísimo, wow). Me ayudó, me sentí mejor, dejé de ir. Y seguí en ese ciclo hasta… bueno, ahora mismo estoy en el ciclo (pero mi psicóloga me quería cobrar demasiado así que.)

Sin embargo, las últimas dos psicólogas que tuve siento que fueron las más que me ayudaron silenciar al diablito. A aprender a distinguir entre los pensamientos que quieroo que estén presentes, y los que el diablito está tratando de imponer. Aún hay veces que vuelven, hay veces que se siente como si el diablito ya ni me susurra, me grita al oído, pero poco a poco uno va encontrando formas de manejarlo.

De vieja fue que vine a comprender que el diablito, efectivamente se llamaba depresión y que tenía razón, yo no estaba completamente en control de mis sentimientos ni mis acciones–pero no porque me controlaba un tumor, sino que los químicos en mi cerebro decidieron tener una fiesta y se les olvidó invitar a serotonina, y ahora se chavaron. (O si quieren una explicación más Disney, era Riley en Inside Out. Mi felicidad y tristeza se fueron a dar vueltas por mis memorias y dejaron a mi enojo y mi asco en control.) De vieja, fue que vine a entender que sí estaba enferma, y que aunque no fuera igual de visible que una herida abierta, o un tumor en el cerebro; estaba igual de presente que un dolor de cabeza o un catarro. Por más que no quería aceptarlo, era una enfermedad sin cura. Una enfermedad de la cuál te pueden ofrecer formas de manejarlo, o consejos de cómo mejorarlo, pero nunca cómo dejar de sentirlo. (Y no, lamento decirles: Noticia de Última Hora: Decir «no estés triste», «sonríe más», «sé feliz», «ay, eso es mental», NO lo soluciona. Dicen los científicos, por si eso los hace creerlo más)

Este, lamentablemente no es otra narrativa mía dónde sobre-comparto todos mis pensamientos y hago un «trauma-dump» en el internet para luego acabar con una nota fresita y positiva asegurándoles que todo va a estar bien, porque no quiero ser hipócrita. Esta soy yo, compartiendo mis pensamientos más oscuros a ver si al sacarlos a la luz, se van. Esta soy yo, añorando que alguien en alguna parte del mundo me lea y diga «entiendo completamente» o «wow, yo pensaba que yo era el/la/le único/a/e que pensaba eso», y que esa misma persona esté mejor ya o que al leer esto, se dé cuenta de mi mejora y empiece a buscar la luz al final del túnel. La misma luz que yo, sigo persiguiendo, y cada vez que pienso que estoy apunto de agarrla, me tropiezo y se va. (Estoy bien, no se asusten.)

Esta soy yo diciéndoles que estaba peor de lo que estaba hoy y que, aunque mi yo de trece años estaría decepcionada en que todavía no tenemos millones de dólares y no fuimos la mujer más jóven en ganarse el premio Nobel de literatura; pero mi yo de diesciseis años estaría aliviada de que el dolor de pecho se fue, y el deseo de llorar constante ya no me consume. No busco, activamente, alejarme de las personas en mi alrededor ni me han dejado de interesar las cosas. Mi yo de diesciocho años estaría decepcionada de que ya ni una margarita me puedo tomar sin que me den náuseas, pero orgullosa de que haya buscado ayuda y haya tomado una inciativa por mejorar.

Les puedo decir que buscar ayuda, efectivamente, ayuda a silenciar al diablito, aunque sea un poco. Hacer ejercicio hace que se me olvide que el diablito existe por el hecho de que dejo de sentir mis piernas y mis pulmones se sienten como si fueran a explotar, enfocarme (aunque se me haga sumamente díficil por mi ansiedad/adhd no-diagnosticado) en algo ayuda también y mantener como siete formas de «media» prendidas a mi alrededor ayuda a silenciar al diablito, o por lo menos, distraerlo (por tanto, tengo mi «google home» con lo-fi hip hop beats, en mi iPad pongo algo para ver (usualmente Infieles en Youtube, que es de esos reality shows que son tan malos que son buenísimos, o una de las Ice Age en Disney+—son 5 y solo son válidas en español, igual que todas las Shrek y Mulan), en mi computadora trabajo/escribo/hago estupideces, y en mi teléfono subo y bajo en todas mis redes, leyendo los mismos cinco tweets de las únicas tres personas presentes).

Ser más abierta sobre mis emociones y mis luchas, con mis familiares y amigos, me ha ayudado a validar mis emociones—hasta las negativas, y a hacerme sentir que no es que esté «loca», ni que soy un fracaso total—no es un tumor ni que sea una psicópata—sino que es algo que, lamentablemente, le ocurre a sobre 264 millones de personas. Y lamentablemente, los últimos años han sido tan difíciles para todos (menos para los dueños de Charmin), que es algo común. Algo normal que debería dejar de ser un tabú. (Y esto lo digo de manera cruda y lo lamento—nuevamente, discreción)

El hecho de que alguien no comparta sus ideaciones suicidas o pensamientos negativos, o que le digas que «no diga eso» o que «no piense así», no le quita los pensamientos ni los hace desaparecer—permanecen ahí y ahora es peor porque, ahora están ahí en silencio. Siguen presentes, pero le estás exhortando a la persona a que se los quede guardados y, por lo menos para mí, soltarlo es… terapéutico, libertador. Siento que compartir lo negativo, le quita el poder al «diablito». Es como chotearle a la maestra que el nene que se sienta atrás tuyo te sigue dando patadas, lo tiras al medio y se abochorna.

Compartir lo negativo lo saca de mi cabeza, y mi cabeza tiende a ser «hoarder«. Guarda las cosas y las deja ahí, sin importar que estén expiradas o podridas ya, las guarda y hace aparentar como si siguen siendo importantes —cuando efectivamente, son basura. Siempre se me ha hecho muy difícil superar las cosas, y pienso que cae grandemente en el poder que le daba al diablito hoarder en mi cabeza. Lo dejaba que me siguiera atormentando con lo mismo, ahogándome en un vaso de agua. Ahora, cuando empiezo a sentir que me ahogo, trato de respirar, mirar para abajo y tratar de ver si genuinamente me estoy ahogando en una corriente interminable (o sea, si estoy dejando que mi ansiedad sobre-analice todo y cree un worst case scenario que no es ni realístico) o si estoy en un vaso de agua acostada y lo que tengo que hacer es levantarme y ver que estoy en lo llanito (y sí, un vaso, en cualquier otra cosa sigo sintiendo que me ahogo, pero porque soy bien bajita.)

Así que no sé, tal vez lo negativo los ayudé a ustedes también. (No sé si se han fijado, pero no soy muy buena concluyendo las cosas—pienso que es o por lo de las expectativas imposibles sobre mí misma (que todo lo que escriba tiene que ameritar terminar en la lista de los «best-sellers») o puede ser mis «abandonment issues» y que concluir un escrito implicaría que estoy acabando mi relación blogger —lector, no sé.) Aunque les dije que no iba a darles un final fresita, mentí, los voy a dejar con las dos frases cliché que, genuinamente me han tocado algún área del alma, y que comparto con mis amistades como forma de consuelo.

La primera, es un clásico:

«Las nubes grises también forman parte del paisaje»

Ricardo Arjona, Fuiste Tú

Porque, efectivamente, sin lo malo, lo bueno no se siente tan impactante. Por eso es que tendemos a tomar por sentado cuando todo va bien.

La segunda, me sorprendió porque salió de una película de muñequitos, que siento siempre tratan de tener un mensaje más profundo y un tipo de moraleja, y fue:

«When you’ve reached rock bottom, there’s only one way to go, and that’s up!»

Buster Moon, Sing (2016)

Y aunque no suelo ser muy optimista (porque siento como si cada vez que pienso que estoy en «rock bottom», descubro otra capa terrestre debajo mío que no sabía ni que existía), sí confieso que me inspiró a pensar que, tal vez, las cosas sí pueden mejorar. Puede que todo empeore antes de, pero eventualmente, mejoran.

La última (que dije dos y mentí, perdón, ya saben que no soy narradora confiable), apareció hace poco (en la misma película que he les dije he visto mil veces ya (o sea, todos los días desde que salió), Turning Red) y me impactó de una manera… distinta.

«People have all kinds of sides to them. And some sides are messy. The point isn’t to push the bad stuff away. It’s to make room for it, live with it.»

Jin, Turning Red (2022)
(Turning Red (2022)

Supongo que eso mismo aprendí a hacer, aprendí a manejar la voz, el lado «psicópata», el diablito, como le quieran llamar, aprendí a vivir con ese lado de mí. Lo importante era saber distinguir entre que pensamientos le pertenecían al diablito (a la ansiedad, que como dice mi casi madrina «no me pertenece, solo me visita de vez en cuando, pero no tiene por qué quedarse) y los que me pertenecían a . A tratar de flipear la perspectiva de una manera dónde entendiera que, efectivamente tenemos pensamientos que no podemos controlar, pero saber manejar la importancia que le damos es lo que determina nuestra sanidad.

Espero que ustedes también, aprendan a manejar a sus diablitos.

(Yo sigo intentando, hay veces que no puedo pero… poco a poco, no?)